Ingenuos. Nos decían que era imposible que España cayera porque se llevaba por delante el euro. Y nos lo creímos. Pensamos que Europa no nos dejaría caer cuando la realidad es que lleva meses jugando a minar nuestra moral. Sin prisa y sin pausa. La Unión Europea -esencialmente Alemania y sus alumnos aventajados-, han buscado desde hace tiempo y con la ayuda de los mercados, la caída de España. Quieren la estocada definitiva. Buscan el colapso para justificar la intervención de un país al que quieren gobernar económicamente. No por su afán de colonialismo financiero. Es más sencillo. Saben que lo que puede poner en peligro el futuro de la Unión y del euro  no es la intervención de España. El rescate no es el problema. Es la solución. En Berlín y Bruselas piensan que si seguimos «por libre» arrastraremos a los demás porque somos incapaces de tomar las medidas que los mercados demandan. Merkel, Dragui y compañía creen que el remedio pasa por tomar las decisiones que no nos atrevemos a adoptar. El rescate total de España es sólo cuestión de días , a los sumo de alguna semana, salvo milagro de última hora. Dice el Banco Central Europeo que no está para solucionar los problemas de los Estados. Bien lo sabe porque los mercados no van a soltar la presa y van a mantener su acoso a un país que bordea la quiebra. Si Madrid no gobierna, lo hará Bruselas. Y de puertas para fuera parece que la conclusión a la que han llegado es que la capital no gobierna. Cuaja la idea de que el Gobierno español hace lo que puede pero se queda en tierra de nadie. Es timorato y no convence a los de fuera por defecto y a los de dentro por exceso.

La intervención convertirá en añoranza lo que hoy es un suplicio. Donde se habla de quitar una paga extra a los funcionarios, pongamos el despido del 15 por ciento de la plantilla de empleados públicos. Donde se habla de Expedientes de Regulación de Empleo de 1.295 trabajadores pongamos el cierre de las televisiones autonómicas. Donde se habla de la reducción del 30 por ciento de lo concejales pongamos la fusión obligada de los pequeños municipios y el despido «ipso facto» de miles de ediles.

Donde se habla de la revisión del modelo autonómico , pongamos la devolución de la mayoría de competencias y un «tijeretazo» a los  Parlamentos de las Comunidades. Medidas dolorosas y humillantes para una España que se lo ha ganado a pulso durante las últimas décadas. Si faltaba la guinda de un pastel envenenado la puso, esta semana, el tal Fabra con la inauguración de una estatua que simboliza la megalomanía, la mediocridad, la soberbia y la corrupción. 300.000 euros para una gigantesca bazofia adornada por el único avión que ronda las pistas del aeropuerto de Castellón. Una mole, un mazacote tan inerme como España.

Con este panorama todavía hay quien se sorprende por la posibilidad de una intervención para la que llevamos opositando desde hace años. No estaría mal echar un vistazo al comentario de uno de los lectores más ponderados e informados del «Universo de Martina». Recordaba D´política en el anterior post la cantidad de políticos imputados por corrupción que siguen en activo y que se han librado de la cárcel. El listado provoca tanto sonrojo como lástima. Pobre país que espera como buenamente puede la estocada definitiva.