Algunos voceros empeñados en convertir una mediocridad en una estadista sostienen que Esperanza Aguirre hizo un gran favor a la Corona y a España al provocar la polémica que derivó en una gran pitada al himno en la final de la Copa del Rey. Sostienen que  los lamentables gritos de «Esperanza, hija de puta» evitaron un trago todavía peor a Don Felipe de Borbón. 

No creo que Esperanza pensara en hacer un servicio a su patria y a su Rey cuando encendió los ánimos ya bastante caldeados del grupo de cafres que ejerce de demócratas a tiempo parcial. Tolerantes  y comprensivos cuando les dan la razón y malencarados cuando se la quitan. Exquisitamante respetuosos con sus senyeras e ikurriñas e insultantemente maleducados en presencia de símbolos que no consideran propios. Tienen todo el derecho del mundo a renegar de la bandera y el himno de España. Todo. Ocurre que hay dos formas de hacerlo. Con la elegancia de quien, de esa forma, refuerza sus argumentos o con la mala educación de quien se enfanga y retrata en su propia mediocridad.

Ellos no necesitaban una motivación extra para dar un curso acelerado de mala educación durante los 27 segundos que duró el himno. Una buena parte de esos aficionados hubiera pitado de todas formas. Pero hay otra parte que quizás no lo hubiera hecho de no mediar la actitud irresponsable, farisea y demagoga de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Lejos de hacer un favor a la Corona ha contribuido a agrandar todavía más la brecha con los nacionalistas que no terminan de sentirse cómodos como españoles pero que tampoco reclaman abiertamente el independentismo. Actitudes como la de la señora Aguirre fomentan el separatismo y el odio a partes iguales. El revuelo surgido al amparo de sus palabras le sirvió para «borrarse» del palco de autoridades. Una actitud muy «valiente» la suya. Me pregunto qué hubiera pensado el resto de España si la final de Copa se jugara en Barcelona y el presidente de la Generalitat no hubiera acudido al palco. Cuesta poco imaginar los titulares de la caverna mediática hablando de «desprecio a la Corona» «humillación a España» o «plante al Príncipe».

Con todo, lo peor de la polémica no es la cortina de humo de la «gran pitada «. Lo peor ha sido la zafia estrategia para «tapar» los dos grandes problemas que acosan a la Comunidad de Madrid. La solemne mentira del déficit -mucho mayor del reconocido-, y la calamitosa gestión de Cajamadrid-Bankia.

Uno empieza a añorar para España aquellos meses de desgobierno en Italia y Bélgica donde todo funcionaba razonablemente bien sin necesidad del Gobierno de turno. La clase política española -Esperanza Aguirre con sus diatribas pero también los Urkullu, Durán, Oriol Pujol y compañía-, comienzan  a convertirse en un verdadero lastre para la convivencia. Sólo pendientes de su futuro a corto plazo y obsesionados con perpetuarse en el poder a cualquier precio.

LA DIFERENCIA

Hace poco más de un mes un equipo del Goierri y otro de Valladolid disputaban la final de la Copa del Rey de Rugby.  Cuna del independentismo vasco versus españolismo puro. Municipio gobernado por Bildu contra ciudad del PP. Jugaban en Palencia. Durante el día hermandad absoluta entre las aficiones. En el partido -salvo un pequeño grupo de radicales-, silencio desde la grada vasca y respeto escrupuloso desde la pucelana. Deporte y sólo deporte. Rugby y sólo rugby. Respeto y sólo respeto. No es tan difícil. Quizás por eso uno de los peores y pocos insultos que pueden escucharse en las gradas de un campo de rugby es el de «futbolero».

Ah!, ganó Ordizia en un agónico final y como es preceptivo lo primero que hicieron sus jugadores fue el pasillo a los rivales de El Salvador. Lástima que ese vídeo no se viera antes de la final de Copa de fútbol.