Este es un ejercicio de nostalgia pura y dura, sin más pretensión que la de recuperar de mi memoria la parte más emotiva de esta bendita-maldita profesión. Seguro que a quienes rondáis los 40, lo que sigue os producirá cierta añoranza. A las nuevas generaciones, probablemente os sonará a chino.

Un día cualquiera en la redacción comenzaba con la lectura de los periódicos, la selección de temas, el reparto de coberturas y la rutina de los boletines horarios.

Pendientes cada pocos minutos de los teletipos, las noticias de agencia que unos aparatosos fax escupían en papel continuo de tres copias y cuyo monótono soniquete competía con el de las entrañables máquinas de escribir, sustituidas ahora por las pantallas táctiles. Hasta que sonaban las campanitas: “¡¡¡Tilín, tilín!!!” Entonces corrías al cuartito de teletipos y buscabas el que había dado la alarma. Solía ser una sola frase, del tipo: “Se escucha fuerte explosión en el centro deMadrid…”

La maquinaria se ponía en marcha: uno buscaba en  la guía telefónica (sí, a mano, en tres voluminosos tomos de papel) y empezaba a llamar a números aleatorios en busca de algún testigo del suceso… Otro trataba de contactar con los servicios de emergencias y autoridades (imprescindible la agenda, cuanto más voluminosa y más gastada, mejor)… y alguien más –en este caso podía ser yo- se lanzaba a la calle sin más información que la zona aproximada en la que los vecinos decían haber escuchado algo parecido a un gran estruendo.

Apenas ponías en pie en la calle, con el pinganillo del transistor (nada de radio, aquello era un transistor «como Dios manda») en la oreja, ya oías al conductor del programa matinal: “Tenemos una noticia de última hora, al parecer se ha producido una fuerte explosión en Madrid, de momento hay pocos datos… una unidad móvil se dirige al lugar de los hechos…” Y en realidad no mentía porque en ese momento yo era una unidad -estaba más sola que la una- y era móvil, corriendo arriba y abajo en busca de un taxi.

Llegar,ver, preguntar, escuchar, procesar –a veces con un nudo en el estómago- y ordenar todo aquello para elaborar un relato coherente sin olvidar ningún detalle. Ésa, la esencia del periodismo, la de contar lo que pasa, no ha cambiado sustancialmente. Sí la forma de hacerlo, las herramientas que ahora permiten transmitir en tiempo real lo que sucede desde un simple teléfono. Entonces las conexiones eran algo parecido a esto:

A pocos minutos del boletín horario, entrabas en un bar, generalmente atestado de gente, y preguntabas por el teléfono, que solía estar al final de la barra. Y tú te apostabas allí, desmontabas con discreción el aparato para colocar el micro, conectabas la grabadora y esperabas pacientemente a que te dieran paso…

 

Ninguna de estas operaciones interrumpía el bullicio del bar hasta que en un momento dado, desde el fondo del local surgía una voz alta, clara y perfectamente modulada: “Los bomberos siguen trabajando en el lugar en el que esta mañana estallaba…” En ese momento, el tiempo se detenía: la máquina de café enmudecía, cesaban los murmullos y el tintineo de las cucharillas en las tazas y decenas de pares de ojos buscaban sorprendidos a la propietaria de esa voz que se había impuesto sobre las demás. Afortunadamente, las conexiones no solían ser muy largas, apenas un minuto, y eso impedía que el rubor se cronificara en tu rostro. Entonces recogías todo muy rápido y abandonabas apresuradamente el local, no sin antes dedicar una forzada sonrisa a la estupefacta clientela.

 

Y de ahí, vuelta a la redacción donde por fin, podías soltar el nudo que te atenazaba la garganta y te podías permitir dar rienda suelta a las emociones contenidas durante horas. Una última parada en «El Verde» (¿qué redacción no tenía un «Verde» en la esquina?) para dar cuenta de un par de cervezas, y a casa, a esperar una nueva jornada de la que solo tenías una certeza: sería distinta a la de hoy. ¿Se puede pedir más?

No era el objetivo de este post pero no puedo dejar sin respuesta esa pregunta porque SÍ, se puede y se debe pedir más. Hace unos meses, mi hija se enfrentaba a la difícil decisión de escoger una carrera: «¿Y si hago Periodismo?»  Inmediatamente el PASADO trajo a mi memoria aquellos momentos enlos que yo me asomaba por primera vez a la profesión: los años de Universidad, mi primera beca en la radio -beca significaba entonces aprender el oficio, porque entonces, había auténticos maestros (gracias Julián Nieto, Manuel Marlasca…), mis primeras crónicas, mi primera rueda de prensa, mi primer atentado, mi primera campaña electoral… y pensé: ¡cómo me gustaría que mi hija pudiera vivir todo esto!

Y entonces regresó el PRESENTE y puso ante mí un panorama descorazonador: empresas más preocupadas por los números que por la calidad de la información, que ignoran el talento porque lo que cotiza es la docilidad… personajes de reality que ejercen de periodistas, consultan “fuentes”, “contrastan” la“noticia” y hurgan en la basura de personajes de currículo similar al suyo en busca de carroña que poner en el mercado con la etiqueta de “exclusiva”… becarios a los que se recibe sin ninguna voluntad de formación, y sobre los que recae desde el primer día la responsabilidad de estar al nivel de los“profesionales”…  reporteros que se juegan la vida en guerras y conflictos sin más cobertura que sus ganas de contar lo que está pasando… licenciados a los que ofrecen el “chollo» de trabajar a 75 céntimos la crónica (#gratisnotrabajo)… y ese compañero que va y viene, y que ostenta el deplorable record de haber encadenado 46 contratos en 2 años…

Conclusión: mi hija estudia Administración y Dirección de Empresas, y en alemán, que hay que pensar en el FUTURO.