Que yo pensara lo mismo no es importante pero que lo diga Michio Kaku lo cambia todo. Ahora os cuento su curriculum pero ya os digo que es uno de los grandes científicos de nuestro tiempo y SÍ, yo también creo que estamos matando la curiosidad natural de los niños. Tanto memorizar, ¿para qué?
Él cuenta que vivió como una humillación el momento en que su hija -harta de aprender nombres de minerales- le preguntó horrorizada qué le había llevado a convertirse en científico. En un segundo comprendió que la niña no podía entenderlo porque nadie la estaba enseñando a «descubrir».
Probablemente resulta más cómodo y más realista que 30 niños se aprendan la materia de memoria a tener que «inocular» en cada uno la pasión por el aprendizaje.
Otra gran divulgadora Donata Elschenbroich logró convertir en éxitos de ventas sus obras «Las maravillas del mundo. Los niños como naturalistas» o «Todo lo que hay que saber a los siete años».
Entre otras cosas considera que antes de ir al cole un niño debería saber guardar un secreto, haberse metido en un río, haber sembrado y cosechado algo, saber diferenciar las frutas por su aroma y haber pintado un autorretrato… Y no son tonterías. La autora recuerda una cita de Confucio: «Explícame y olvidaré. Muéstrame y recordaré. Déjame hacerlo y lo comprenderé». Goethe dijo que si los niños siguieran creciendo con la misma fuerza habría cientos de genios. La realidad es que, por una o por otra razón, su sed de conocimiento no suele encontrar respuesta de profesores y padres. Preguntas como… Mami, ¿por qué las lágrimas están saladas? o ¿qué es una tormenta? o ¿por qué el cielo es azul? normalmente se quedan sin respuesta… A veces deberíamos hacer un esfuerzo para intentar darles una explicación. Os dejo un experimento por si queréis hacerlos con los «peques»…
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