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Se heló la sonrisa del ministro chulapón. Mudó su cara y su expresión a medida que se conocían los detalles de una gloriosa “chapuza” maloliente.  Cristóbal Montoro aparcó a la fuerza su peculiar verborrea incapaz de dar una sola explicación coherente, creíble y veraz del patético episodio de la supuesta venta de las “propiedades” de la infanta Cristina. Es evidente que Montoro no va a dimitir aunque sobren los motivos.  Él, como ministro de Hacienda, es responsable del descrédito de una Administración antipática e ineficaz. Su silencio sólo alimenta las sospechas de que detrás del informe de Hacienda  hay algo muy sucio.  Montoro debe irse de confirmarse que la Agencia Tributaria cometió el gigantesco error de atribuir a la hija del Rey la venta de unas propiedades que no son suyas. Esa es una opción. La otra también pasa por la marcha del ministro si se demuestra que detrás del folletín palaciego sólo está una Hacienda pública encargada de  “tapar” las posibles fechorías de la mujer de Iñaki Urdangarin.  Justificar el fallo en la confusión del DNI 14-Z de la infanta es obsceno y humillante para los ciudadanos.  Lo es por mucho que hace dos meses hayamos leído sorprendidos como a la hija del Rey le llegaba una multa por conducir un tractor por las carreteras de Valladolid. 

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El error entonces también estaba en el número del carné de identidad.  ¿Estaban preparando ya el terreno para que las burdas explicaciones de Hacienda resultaran creíbles en el posterior escándalo de los pisos de Cristina?   El sobredimensionado Montoro se ha convertido, con permiso de su jefe de filas, en el símbolo de un Gobierno rehén de su soberbia y de su incapacidad para asumir errores.  Más allá de la gestión de Mariano Rajoy la foto de su equipo lleva ya meses enfangada. Sucia por la prepotencia de Wert y la incompetencia de Báñez y manchada por la desfachatez de Mato y el patetismo del titular de Hacienda.

EL PEQUEÑO MADINA

 

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Madina agiganta su imagen de aspirante a liderar el maltrecho PSOE en la misma medida que empequeñece su talla de potencial estadista. No es una buena noticia que el bueno de Eduardo haga el paripé ante las cámaras para oponerse con vehemencia al primer y por el momento único pacto de Estado de la Legislatura. El enfado por un acuerdo en un  país necesitado de pactos sólo se explica en clave de estrategia interna en la carrera recién iniciada por el liderazgo socialista.  Madina lanza un mensaje al ala más izquierdista del PSOE  en busca de futuros apoyos.

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Parece importarle poco que cale la idea de que su actitud es más propia de quien se conforma con vivir cálidamente en la oposición al retratarse tácitamente como un político incapaz de asumir responsabilidades mayores.  Si Eduardo Madina no lo sabe, alguien de su entorno debería recordarle que la responsabilidad del gobernante  empieza cuando todavía no lo es.