Ellos salvaron la cara de la legítima protesta estudiantil. Fueron la imagen de la dignidad entre tanta violencia gratuita al enfrentarse a ese atajo de bazofia que envenena la respetable y mayoritaria protesta pacífica contra los recortes.
Los chavales que plantaron cara a los violentos encapuchados dieron una soberana lección moral a todos aquellos que miraron a otro lado después de la manifestación del 22-M. Más que la brutal patada en la cabeza de un agente o ese adoquín que revienta el cráneo a otro policía, duele la miserable doble moral de esos irresponsables políticos, sindicalistas y vividores incapaces de condenar a esa pandilla de potenciales terroristas que sale a la calle al grito de “hay que matarles”.
Quien justifica a esa despreciable jauría humana secuestrada por el odio debe saber que es cómplice y cooperador necesario de la barbarie. No hay mucha diferencias entre la escoria que toma las calles de Madrid y los “borrokas “que aterrorizaron a buena parte del pueblo vasco en las últimas décadas. Hay tantas similitudes que hasta quienes deben dar ejemplo de respeto y dignidad caen en la trampa de hablar de los ocurrido el “22 –M” en los mismos términos que la despreciable Batasuna usaba después del tiro en la nunca o el coche bomba.
“Condenamos todo tipo de violencia” proclama la izquierda más confusa y trasnochada incapaz de realizar una condena firme del intento de asesinato en las calles de Madrid. ¿Estupidez o simple cobardía? Son ellos quienes deberían saber que no hay Estado de Derecho sin libertad y que jamás hay libertad sin seguridad. Deberían saberlo salvo que aspiren a emular ese tipejo que cuestiona la Democracia española mientras ensalza la dictadura cubana. ¿Estupidez, cobardía, o ambas cosas a la vez?
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