Que levante la mano quien no haya pensado que uno de sus hijos es imbécil por no valorar lo que tiene. Quien no se sienta incapaz de hacerles comprender lo afortunados que son. Este fin de semana he llevado a mi hijo a ver «Camino a la escuela». Debería ser obligatoria en todos los colegios. Nuestros abuelos sabían que ir al colegio cambia vidas. A muchos de ellos la guerra o la pobreza les robó el futuro.

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¿Pero estos niños son de verdad? preguntaba Héctor ( 7 años). Sí hijo, y hay muchos como ellos. No sé si entendió la magnitud de la historia -probablemente no- pero no creo que olvide lo que vio.

Decía la escritora sueca Derek Curtis: «Si cree usted que la educación es cara, pruebe con la ignorancia».

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La película entrelaza cuatro historias igual de emocionantes. Los protagonistas son niños que hacen enormes esfuerzos para poder asistir al colegio. Reconozco que hubo muchos momentos en los que las imágenes me golpeaban el cerebro. ¡Pero si soy incapaz de dejar que mi hijo vaya solo a por el pan! No puedo ni imaginar el sufrimiento de esos padres que saben que el único camino al futuro para sus niños es ese camino a la escuela. Y frente a mi Jackson, Zahira, Carlos y Samuel se enfrentaban a todo tipo de peligros para recorrer las decenas de kilómetros que les separan de sus escuelas. Yo miraba esos pequeños cuerpos indefensos ante cualquier desaprensivo que pudiera raptarles o hacerles daño, expuestos a cualquier accidente del que nadie podría rescatarles. Solos en mitad del Atlas marroquí, de Kenia, en los caminos intransitables de la India o en la inmensidad silenciosa de la Patagonia argentina.

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¿Y qué pasan si se caen? o si les ataca un animal… El espectador es testigo de su lucha y su alegría. No cuentan lo que hacen, lo vemos en directo. Desde la alucinante primera escena hasta la última.

La UNESCO patrocina la película y UNICEF considera que representa una magnífica oportunidad de comunicar la importancia que tiene el derecho a la educación. No quiero desvelaros nada más pero quedaros con que Jackson tiene 11 años y cada día recorre 15 kilómetros con su hermana Salomé tratando de que no les mate un elefante.

 

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Antes ha lavado y preparado su uniforme y ha ayudado a sus padres en el campo. Imaginad a Zahira que con  12 años recorre cada lunes 22 kilómetros por la montaña para llegar a su internado. O Carlos que tiene 11 años y  recorre dos veces al día más de 18 kilómetros montando a caballo con Micaela, su hermana pequeña. Y pensad en Samuel que tiene 13 años y vive en India. No puede andar y los 4 kilómetros que separan su casa de la escuela, debe hacerlos en silla de ruedas. Sus dos hermanos menores lo ayudan durante más de una hora de recorrido empujando su especial silla de ruedas a través de caminos de arena, ríos y otros obstáculos.

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Escucharles explicar qué quieren llegar a ser de mayores es muy emocionante. Como la frase final de uno de ellos: “Venimos a este mundo sin nada y nos vamos sin nada…” Así que NO permitamos que nuestros niños «necesiten» tantas cosas absolutamente prescindibles y llevarles a ver la «peli».