Por fecha, no toca. Pega más hablar de los Oscars que tienen otra alegría. Pero de ello ya se encargan muchos, así que voy a cambiar de tercio total. Las reflexiones de un médico de Minneápolis sobre cómo abordamos, en general, el tema de la muerte, me han dado qué pensar.
Tranquilidad que no me pongo ni de duelo ni dramática. Nada más lejos. Sólo busco apelar a lo más auténtico de nuestra naturaleza y condición. Si natural es vivir, natural es morir cuando llegamos al final, pero parece que la vida moderna, los avances de la medicina y nuestro egoísmo nos alejan de una visión más humana de esta realidad.
Lo dice en un artículo el médico internista Craig Bowron muy acostumbrado a tratar pacientes mayores en el declive de sus vidas. Y muy acostumbrado, también a «lidiar»con familiares que no se resignan a esa pérdida y piden lo que sea para evitarla. En lugar de dejarle tranquilo a ese mayor enfermo, dice este doctor, algunos hijos o nietos lo someten en el hospital a pruebas y tratamientos que prolongan el dolor y poco o nada mejora su calidad de vida. Y no habla de la eutanasia.
Detrás de esa insistencia por retrasar lo inevitable, se esconde, muchas veces, según este médico, un sentimiento de culpabilidad por no haberse encargado lo suficiente de ese padre o madre que se va. De querer compensar lo que no se ha dado años atrás. Se esconde la necesidad de decirse a uno mismo aquello de «hicimos todo lo pudimos para salvarle». Un consuelo más acusado en los hijos que viven lejos y no se ocuparon que en los que sí lo hicieron.
«Los médicos, las enferneras, los terapeutas…estamos para comprometidos a aliviar el dolor, no a generarlo. Una enfermera jubilada me escribió una carta diciéndo que se sentía feliz por no tener que causar más dolor a la gente mayor»cuenta Craig Bowron.
Sus reflexiones señalan que nos hemos alejado de nuestro ciclo vital, que no estamos acostumbrados a ver morir, como sí hacían nuestros antepasados, cuando la mayoría vivía en un medio rural y abuelos, padres e hijos compartían el mismo techo. Todos trataban la vejez y la muerte con más naturalidad.
Ahora este modelo de familia ya casi no existe. Ni tenemos el tiempo, ni el espacio ni la paciencia para vivir todos juntos en la misma casa. La vida actual es muy distinta también en esto.
«Alejarse de los ancianos hace que no sepamos lo que supone envejecer. Entendemos la muerte más como un fallo de la medicina que como la conclusión de una vida. Y eso, junto a los avances científicos hace que malinterpretemos qué supone, a veces, prolongar la vida más allá de lo razonable».
En 1900, la esperanza de vida en Estados Unidos era de ¡47 años!. Morían cien de cada mil niños. Ahora está en 78 años y mueren casi siete niños de cada mil. Debemos mucho al progreso y a la ciencia. Vivimos más y mejor. Lo importante es eso, ser capaces de seguir con una calidad de vida digna y buena y si nos lleva hasta los cien, estupendo.
Otra cosa es estirar sin mucho sentido una vida que agoniza y se merece, sencillamente, irse en paz.
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